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Siempre oímos eso de que Canarias son las islas afortunadas desde la antigua Grecia. Nuestro archipiélago, conocido por su eterno sol y la alegría de su gente, se enfrenta a una paradoja: a pesar de que los canarios suelen encabezar los rankings de felicidad en España, los indicadores de calidad de vida dibujan una realidad menos idílica. El pasado mes de octubre supimos que Canarias está entre las regiones con peor calidad de vida del país, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE). El Indicador de Vida de Canarias (IMCV) se sitúa en los 98,96 puntos, lo que supone el tercer índice de calidad de vida más bajo del país junto a Ceuta y Galicia. En mi paso por el Parlamento de Canarias he podido comprobar cómo Canarias tiene una serie de problemas estructurales que llevan estando en la casilla de “cosas pendientes” desde comienzos de este siglo, como la vivienda, mejoras en infraestructuras educativas, sanidad, dependencia, tasa de parados de larga duración…. ¿Cómo es posible que una población que se declara feliz conviva con toda una serie de problemas estructurales que van desde la vivienda a la sanidad? Sin duda alguna, nuestro clima con temperaturas tan agradables durante todo el año, la cultura, la forma de ser del pueblo canario y nuestro ritmo de vida, más pausado que en las grandes urbes como Madrid o Barcelona, influyen positivamente en el estado de ánimo y favorecen esa sensación de bienestar generalizado. Solo manifestaciones como las del 20 de abril nos hacen despertar de nuestro letargo y enfrentarnos a nuestras propias miserias para ver que no se trata solo vivir en el paraíso, sino que ese mismo paraíso lo podamos disfrutar los que aquí vivimos. Canarias tiene una tasa de paro en los jóvenes de 32,03% y los parados de larga duración (aquellos que llevan más de un año apuntados en el paro) ascienden a 74.800, de acuerdo con los datos de la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre de este año. A todo esto tenemos que añadir que nuestros salarios son de los más bajos del país, somos la Comunidad Autónoma con salarios más bajos junto con Extremadura y Castilla La Mancha con un salario medio anual de 20.709 euros. Y no solo cobramos menos, sino que para mayor inri tenemos el coste de la vida más alta fruto de esta doble y triple insularidad que sufrimos. En la isla de El Hierro la cesta de la compra es un 11% más cara que en el resto de las islas capitalinas, una botella de aceite cuesta en Santa Cruz de Tenerife 8 euros mientras que en un supermercado en Frontera puede rondar más de 11 euros. Las listas de espera en sanidad, aunque hayan mejorado en el último año, siguen muy por encima de lo deseable; nuestras infraestructuras educativas, como el colegio de Valverde, que precisan de un plan de choque de mejora, pues hablamos de instalaciones que tienen más de cincuenta años de media, sigue sin concretarse. Y ante este panorama me pregunto si esta situación es fruto de la felicidad resiliente o resignación. Es posible que nuestra forma de vida haya generado una “felicidad canaria”, que sea una suerte de escudo que nos protege resilientemente ante las dificultades antes mentadas. La capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas, el apoyo familiar y social, y una actitud positiva ante la vida pueden ser factores que expliquen esta aparente contradicción. Sin embargo, no podemos ignorar la realidad. La felicidad no puede ser excusa para la inacción. Es necesario abordar los problemas estructurales que lastran la calidad de vida de los canarios. Tenemos que ponernos manos a la obra con esa larga lista de pendientes e ir priorizando dentro de las limitaciones que tenemos, empezando por las presupuestarias, porque en el proyecto de ley de Presupuestos para 2025 solo sanidad y educación suponen el 72 % del presupuesto (unos 7.000 mil millones de euros), lo que significa que tenemos menos margen para el sector primario, bienestar o vivienda (a pesar de que sube significativamente en el presupuesto del 2025 en unos veinte millones con respecto a las cuentas de este año). También tenemos que hacer un esfuerzo en ver a familias y empresas más fuertes económicamente; que dependan menos de la Administraciones y sean motores socioeconómicos en sus respectivos ámbitos. Solo así la felicidad canaria dejará de ser una paradoja y se convertirá en un reflejo de una sociedad verdaderamente próspera. |
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