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Cada vez que me ve mi primo Manolo Álamo, siempre me dice "veneno", y un día le pregunté el porqué de ese sobrenombre. Me explicó que este arbusto, no el árbol, está muy arraigado a la tierra herreña, es una especie que lo podas y sale por otro lado, que nunca pierde las hojas de vida, y ni el veneno es capaz de acabar con él, las gallinas ni lo prueban e incluso se puede secar y su tronco y ramas se convierten en perennes. Salvando estas distancias lingüísticas, está claro que algo debe de contener la genética de los Álamo, para que algunos con Manuel Álamo, o María Isabel Álamo, hayan llegado a estos años de tan larga longevidad. Mi tía María Isabel nos dejó con 97, y hoy lo ha hecho su primo Manuel Álamo con 107 años, y es por eso quiero dedicarle estas palabras, que en su momento publiqué, hoy a título póstumo. Mis recuerdos de niñez me transportan a esta entrañable pareja, Manolo y Marina Jacobina, que estaban desde el anochecer, cuando encendía la eléctrica de los Padilla, que operaba Ramón Febles "El Gallo", en casa de mi abuela Felicia Padrón a ver lo que ponía Televisión Española en el primer televisor de blanco y negro que tenía y aún conservo, alemán de la marca Kastell. En ese tiempo de dictadura y de censura todo eran películas del oeste americano o las cómicas de Martínez Soria. Manolo Álamo tuvo múltiples oficios, ayudaba a Panchillo Álamo en la preparación y proyección de películas en el Cine Álamo, era el vendedor de entradas en la taquilla y era algo así como el relaciones públicas, porque su carácter relajado y tranquilo lo utilizaba para apaciguar a los espectadores alborotados cuando en la mejor escena se rompía el celuloide. Imagínense los silbidos en el patio de butacas, ahí es cuando entraba en escena Manolo o cuando al final tenían que suspender la película por un problema técnico. La principal actividad de Manolo Álamo era una tienda de ultramarinos en Tesine, al lado de la Casa de Las Quinteras. Allí se producía una auténtica economía de trueque, la gente les llevaba el queso y Manolo lo exportaba a Tenerife. Ello le permitía "fiar" a esa misma gente el aceite, los fideos, el azúcar y el millo para las gallinas. En esa época no había coches y los sacos, que era lo más pesado, se subían a lomos de una yegua blanca que le prestaba Don Pedro Ayala, el padre de Juan Ayala y Piluca Ayala la de Luis Cano. Las tiendas de ultramarinos servían de punto de encuentro, no se hablaba de política, puesto que el régimen lo impedía, pero sí de toros y chismes de la sociedad. Las conversaciones se acompañaban de un vasito de vino, una tapita y unas sardinas saladas que hoy nos pondrían las bembas como globos. Manolo Álamo, junto con Antonio Pérez en El Cabo, eran los dos relojeros de la Villa y de la Isla para reparar relojes de cuerda, no cabe duda que hay que ser gente tranquila y relajada, dotes que yo la verdad no he heredado de este Álamo. Manolo Álamo y Juan Reboso "El Cubano" tenían una pequeña sociedad con un barquito de remos de nombre "Sol" y que guardaban en el barranquito de La Caleta, en una cueva prestada por Domingo Cano. Solo cuando el mar estaba como un plato bajaban caminando para salir a pescar y me cuentan que una vez cogieron dos grandes chernes que tuvieron que recurrir a que Domingo Cano les prestara su burra para subirlos a la Villa. Manolo también hacía el llamado "turno", que consistía en que cuando los correíllos Viera y Clavijo, León y Catillo o el La Palma no podían atracar, porque no había muelle, tenían que fondear en las afueras de La Estaca. Manolo Álamo era uno de los encargados para salir en un bote de remos a recoger el pasaje y se cobraba en aquellos tiempos una peseta por pasajero transportado. Era época también de matanzas de cochinos y de preparación de mantecas, chorizos, morcillas, .... pero a Manolo Álamo lo más que le gustaba era hacer jamón serrano. Me cuenta su hijo que tenía preparada una buena caja de madera donde metía la pierna del chancho, la llenaba de sal y con unas tablas contrapesadas con unas buenas piedras prensaba la pieza con sal hasta que llegara el final de su proceso de curación. Manolo, y según me cuentan, hablaba el esperanto. Yo siempre lo llamé tío Manolo, hoy a falta de unos ocho meses para cumplir los 108 años, se nos ha ido en silencio. Llevó la edad sin enfermedades y con la cabeza en su sitio. Fue un hombre culto, cabal, meticuloso, sensible, tierno, amoroso...; y sin retóricas, el mejor marido, padre, abuelo, bisabuelo y tatarabuelo centenario que pudo tener su familia y su isla a la que adoraba apasionadamente. Hoy tu reloj vital, como aquellos de cuerda que tantos reparaste, irremediablemente se ha parado. DEP y mis condolencias a toda su familia, también la mía. |
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