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El pueblo pesquero de La Restinga se ha convertido en el epicentro de una crisis humanitaria que parece no tener fin. En 2024, la isla recibió más de 22.000 migrantes, una cifra que duplica su población total. Este año, tan solo en enero, más de 4.000 personas han llegado a sus costas. Los vecinos de La Restinga, que durante años han demostrado una solidaridad ejemplar, hoy alzan su voz en señal de hartazgo. No es xenofobia lo que expresan, sino el cansancio de una comunidad que ve cómo su forma de vida se desmorona bajo el peso de una crisis que les sobrepasa. El muelle, su centro de actividad pesquera y turística, se ha transformado en un improvisado campo de refugiados. Más de la mitad de su superficie está ocupada por estructuras prefabricadas, con más de 40 contenedores y vallas que cierran el acceso, ofreciendo un panorama desolador tanto para los residentes como para los turistas. La economía local, basada en la pesca, el buceo y el turismo, se tambalea. Los veleros ya no encuentran espacio para atracar, los visitantes cancelan sus reservas, y las aguas, que antes los atraía, ahora están marcadas por la presencia constante de la tragedia humana. Contaminación, malos olores, ruidos, basura y muchísima indiferencia y burocracia son solo algunos de los problemas que denuncian los vecinos. Y eso no es lo peor, los servicios básicos también se han visto comprometidos, médicos y ambulancias se encuentran al límite de su capacidad asistencial. Desde El Hierro ya estamos coordinando esfuerzos con el Gobierno central para trasladar las instalaciones de apoyo a migrantes desde el puerto a una ubicación cercana, en un intento de minimizar las interrupciones a la vida local. Pero se necesitan más acciones y es hora de que Europa despierte ante esta realidad. La Restinga no puede seguir siendo la puerta trasera de un continente que mira hacia otro lado. Necesitamos una política migratoria coherente, humana y efectiva que aborde las causas profundas de este éxodo masivo. Mientras tanto, los herreños seguimos atrapados entre la compasión y la desesperación, preguntándonos cuánto más podremos soportar hasta que alguien tome cartas en el asunto. La solidaridad tiene un límite, y ese límite se está alcanzando. No se trata solo de números y estadísticas; hablamos de vidas humanas en ambos lados de la ecuación. Por un lado, los migrantes que arriesgan todo en busca de un futuro mejor; por otro, un pueblo que ve cómo su vida y su trabajo se ve amenazado. Es urgente que las autoridades con competencia actúen. La reubicación de las zonas de destrucción de pateras, la implementación de protocolos efectivos para la gestión de residuos, y la garantía de servicios médicos son solo algunas de las medidas que los vecinos ya han reclamado con urgencia en reuniones y reivindicaciones. Y mientras las olas siguen trayendo a nuestras costas sueños naufragados, La Restinga lucha por no ahogarse en un mar de indiferencia y burocracias. |
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